lunes, septiembre 19, 2005

Azul

18 a 19 de Septiembre de 2005

Es de noche, y una vez más nos disponemos a salir de marcha. Esta vez iremos a una de las discotecas del lugar. Somos un grupo variado de gente, tanto chicos como chicas, en un número de unos siete u ocho. Vamos a la estación del pueblo, donde cogeremos eltren hasta nuestro destino. Este pueblo con calles empinadas, tranquilo como pocos.

Se respira un buen ambiente, desenfadado, jovial y con sana camaradería. Animados, llegamos a la estación, donde cogemos el tren.

Estamos ya en la discoteca. Es curioso, pero no veo por ningún lugar la pista, ni se oye la estridente música característica. Se parece más a un pub de ambiente oscuro, cuya única luz, proveniente de lugares indeterminados, tiñe de azul lo que no es sombra. Me veo solo, no se dónde está la gente, pero es normal cuando entras en una discoteca.

Y allí está ella. Reclinada como si estuviera en un diván, me hace una seña y me saluda. Y su mirada me sugiere, y su voz me invita. Ella me llama por mi nombre, me invita a acompañarla, pues está sola. Joven, de unos dieciocho años, o puede que menos, de pechos breves, puedo ver su piel azul y negra, puedo ver sus pechos semidesnudos, puedo ver su vello, y, sobre todo, sólo yo puedo verlo, pues se cubre recatadamente para los demás, y sugestivamente para mí. Charlamos, nos abrazamos y acariciamos, nos besamos, nuestras manos nos exploran. Es joven, pero sus gestos, sus caricias, su mirada conocen más sobre la vida que su pronta belleza.

Sintiéndonos observados, ¡cómo no!, decidimos cambiar de ubicación, a un lugar algo más discreto. En esta discoteca hay un mapa donde podemos ver en qué zonas de la misma hay mayor densidad de gente, y buscamos el lugar más apartado y más recluido, pues hacer el amor necesita de intimidad. Y lo encontramos. Cruzamos la discoteca a través de una maraña de butacas atestados de gente, de pasillos atestados de gente, de rincones atestados de gente (¿dónde está la música?), hasta alcanzar nuestro destino.

El rincón elegido da al aire libre, acaba la discoteca en un terraplén, como si no estuviera terminada, o simplemente como si esta zona estuviera en obras. Vemos la valla exterior, notamos la brisa nocturna, y el cielo nocturno no ayuda a disipar, sino añade más, el azul del ambiente.

Reanudamos las caricias, los apagados susurros, pero nos damos cuenta que ni siquiera aquí estamos a salvo de las miradas. Es entonces cuando sentimos una mirada. Un hombre, de unos treinta y cinco, quizás cuarenta, moreno, algo corpulento, y con pobladas patillas a la moda, clava su mirada en mi acompañante. Por primera vez veo luz que no sea azul, y viene del suelo.

Ella parece reconocerle, y cubriéndose se aparta de mí, al tiempo que el hombre se acerca con paso decidido. Ella está asustada, y yo me interpongo entre los dos. El no dice ni una palabra, pero blande una jeringuilla de cristal hacia ella. Yo se que en ella hay cocaína, y que es para ella. El la espeta, la coarta para que se inyecte la jeringuilla, pero yo lo evito. Entonces él opta por clavármela a mí, y lo intenta dos o tres veces, farfullando palabras rudas, pero consigo esquivarle. Entonces ella se hace con la jeringuilla, sale corriendo, y yo con ella, y entre sollozos murmura negaciones y se resiste, pero la tentación es mayor que su fuerza de voluntad. Y aquí es donde se rompe la magia, donde ella pasa a un segundo, tercer, cuarto plano.

Más desanimado que roto por la situación, decido que la noche ha llegado a su fin, y me veo de nuevo en la estación de ese pueblo, con mis amigos y amigas, mi animado grupo. Se respira un buen ambiente, desenfadado, jovial y con sana camaradería. Y subimos de nuevo las empinadas calles...


Me he despertado sereno, con el regusto que me queda después de un sueño que se me antoja inolvidable. Ha pasado más de un día, y todavía puedo sentir la dulzura de su piel, el azul de sus formas, el sabor de su piel, el olor de su juventud...

Si no fuera porque los sueños y las sensaciones tienen sabor, me costaría infinitamente más recordarlos.